27 d’agost 2017

“No-tinc-por!” en el Paseo de Gracia















De nuevo, un alud de personas en las calles de Barcelona. Ahora es en el Paseo de Gracia, una semana después de los atentados que ensangrentaron nuestras queridas Ramblas. Ciertamente es algo que sólo puede ocurrir en las ciudades y pueblos que se hacen existir a sí mismos como un solo sujeto. Un solo sujeto, hecho de medio millón de personas, sale entonces a la calle con una sola voz gritando al mismo ritmo: “No-tinc-por!” (¡No tengo miedo!). No sabemos quién fue el que dijo primero estas palabras —era en la manifestación de políticos en la Plaza de Catalunya al día siguiente del atentado— pero son palabras que se han contagiado hasta convertirse en el eslogan de toda una población. También el Rey de las Españas se encontró gritándolas a media voz. No sabemos quién es la primera persona que las gritó pero realmente supo captar en todo un colectivo aquel mismo gesto del niño freudiano que canta en la oscuridad para apaciguar el miedo y no sentirse solo. Freud: “Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, aunque no por eso vea mejor en ella”. Cuando son medio millón de caminantes gritando en la oscuridad del Paseo de Gracia, aunque sea a plena luz del día no ven mejor en ella, pero se acompañan en la angustia. Y de la angustia extraen la certeza del acto —ahora la referencia es de Lacan—, el acto que modifica al sujeto colectivo. Medio millón, pues, de solitarios ante el horror de lo real como un solo sujeto, aunque este sujeto no vea más claro ante él.

No hay que menospreciar un movimiento así, tan inevitablemente diverso en su fondo y en su superficie, cuando es una parte mayoritaria de la población. Es cierto, puede ser un movimiento arrastrado por el espejismo alienante del pueblo que se quiere “independiente, sincero y original” —la referencia es de nuevo a Lacan y su Seminario sobre “La ética del psicoanálisis”, donde habla de estos tres ideales de la época que suelen producir estragos—. Pero puede ser también el colectivo claramente decidido a pasar al acto cuando se reconoce a sí mismo como “el sujeto de lo individual” —expresión que encontramos en otro texto de Lacan sobre “El tiempo lógico”— ante una coyuntura histórica que se repite. Puede ser también el reconocimiento de un nuevo sujeto político al que será preciso dar un estado de derecho, tarde o temprano.

Es por haberlo menospreciado que las fuerzas unionistas españolas —y todavía hay que ver unión de qué y para qué—, siempre tan pagadas de sí mismas, han hecho errores tácticos, estratégicos y políticos demasiado grandes. Y esto desde la gran manifestación de 2010 en Barcelona contra la sentencia del Tribunal Constitucional impugnando el estatuto de Catalunya, acto que precipitó todo este movimiento que ha cuajado ya en un sujeto político. La opinión internacional, este Otro sujeto que leemos en los periódicos del mundo y que sólo existe como un consenso periodístico, lo ha sabido reconocer muy pronto.

De aquí que la acusación de hacer una utilización política de la manifestación del Paseo de Gracia y del terrorismo sea absolutamente sesgada. El terrorismo es política. O, dicho en términos de Clausewitz, es la política continuada por otros medios. Es política de guerra, de exclusión radical del otro, pero es política. Y todavía más si la entendemos como una política del síntoma, del malestar surgido desde las partes más supuestamente integradas en los vínculos sociales. (Sí, Ripoll no está en Siria, está en el corazón mismo de Catalunya). Entonces, es inútil denunciar la utilización política de la manifestación del 26-A por los independentistas o por quien sea. Como escribía un tweet: la prohibición de llevar banderas independentistas era para hacer más sitio a las banderas españolas preparadas ya en cada esquina. Cuando la gente si dio cuenta, independentistas y no independentistas, obviamente, sacaron las suyas de casa.

Resulta de todo ello que las fuerzas unionistas más explícitas han reprochado enseguida al Estado español y al Gobierno de Madrid el error de haber puesto al Rey Felipe VI y a Mariano Rajoy al frente de la manifestación, aunque —buena idea— detrás de los Mossos y de otros representantes de las instituciones que han intervenido tan acertadamente para aliviar los desastres de los atentados. El abucheo monumental que han recibido el Rey y Rajoy —la vicepresidenta Soraya se la ahorró, dicen, por una indisposición a última hora que la hizo ausentarse— era más que previsible. Es cierto, era un error cantado, un error que ni el semblante de bonhomía real ni el del tancredismo de Rajoy podían justificar en nombre de una unidad que ellos mismos ya no creen ni practican. Sus rostros expresaban con claridad que no sabían muy bien qué hacían allí.


El Rey y el actual gobierno español, en lugar de venir a Barcelona para ser abucheados como ya sabían, podían haber contrarrestado las razones del abucheo apoyando decididamente la misma manifestación en Madrid a la que asistieron... solo un centenar de personas (según el periódico "El Mundo"). ¿Cómo entenderlo? 

Una parte importante de España, poco a poco, se ha ido así separando de Cataluña. Y de este modo, sin saberlo ni quererlo —el deseo, sin embargo, es siempre inconsciente— ha ido haciendo más consistente este nuevo sujeto político y colectivo que se llama Cataluña. Un sujeto que no sabe todavía muy bien quién es, como cada sujeto por otra parte. Habrá que saber interpretarlo, pero nunca menospreciarlo.


27 de Agosto de 2017