29 d’abril 2012

Ciencia, ficción y feminización

La lettre volée, de Edgar Allan Poe


















Al menos una vez, en su Seminario sobre “El reverso del psicoanálisis”[1], Jacques Lacan utilizó la expresión “el horizonte de la mujer” que nos convoca en esta mesa*. Fue para situar, de manera un tanto enigmática, “el goce in-formado, el goce sin forma”, según sus propias palabras, al que nos empujaría el mundo contemporáneo y, muy en especial, el discurso de la ciencia con la incesante producción de los múltiples objetos que pueblan y rodean nuestro mundo. Desde los cotidianos teléfonos móviles envolviendo con sus ondas electromagnéticas el conjunto del planeta, hasta el gran colisionador de hadrones que sigue a la caza de las llamadas “partículas divinas”, pasando por los aparatos que obtienen las resonancias magnéticas con las que hoy se pretende captar cualquier actividad mental, se trata, en efecto, de intentar atrapar con la forma, incluso con la informática, aquello que finalmente se sigue mostrando como un goce in-formado, sin forma posible. Por el mismo camino, cuantos más objetos se proponen a la satisfacción pulsional, más ese goce aparece sin forma ni medida posible, fuera de toda métrica fálica. Si bien la ciencia nació con el ideal de “medir todo lo que sea medible y de hacer medible todo lo que no lo es”, —según la conocida sentencia de Galileo Galilei—, en su propio recorrido no hace más que producir y rodear aquello que no tiene forma ni medida, ese algo que Lacan enseñaba a localizar con el objeto a. El goce cifrado por el objeto a se muestra entonces como un goce in-formado en la misma medida que escapa, precisamente, a cualquier medida. La tesis de Lacan, en este mismo Seminario, es entonces muy lógica. En la medida que el sujeto se ve llevado a encarnar, a ser reducido a un objeto por el discurso de la ciencia, se produce el “efecto feminizante que es el objeto a” tanto para el hombre como para la mujer. El ascenso al cénit social de ese mismo objeto, según la conocida expresión lacaniana subrayada por Jacques-Alain Miller, iría así a la par de una feminización generalizada.
Volvamos por un momento a la expresión de “el horizonte de la mujer”, horizonte en relación al cual se localizaría ese mismo cénit. Es una expresión que mantiene toda su ambigüedad sin quedar del todo claro quién es el horizonte de quién. En un sentido, el goce fuera de toda medida fálica posible, más allá de la dimensión métrica, es el que sería el horizonte para la mujer, un goce al que ella tendería sin poder decir nada de él. En el otro sentido, La mujer, como ese universal del que decimos que en realidad no existe, sería ella misma el horizonte de un goce sin forma al que nos empujaría una globalización que se revela entonces como una deslocalización generalizada del sujeto del goce. De una u otra forma, la expresión “el horizonte de la mujer” condensaría el fenómeno que captamos como una progresiva feminización del sujeto contemporáneo.
Pero ¿cómo seguir hablando hoy de un horizonte, cuando éste se revela como lo que es, un lugar virtual, una verdadera ficción? El humorista del periódico “El País” que firma como “El Roto” publicaba hace unas semanas una viñeta en la que tres miembros de una familia contemplan desde un amplio mirador un espacio en blanco, absolutamente vacío. 

Buscan cada uno un punto de referencia para localizar su mirada. Uno de ellos, el padre, pregunta: “¿Os acordáis de cuando había horizonte?” La madre calla. Y el hijo pregunta a su vez: “¿Cómo era, papi?”. Pero el padre no responde. Su falta de respuesta tiene todo el carácter de un síntoma, un signo del declive de la función del padre que hace aparecer de hecho, por contraste, otra falta, la de una hija, una mujer que brilla por su ausencia al lado de la madre y que, tal vez, podría decir algo de ese horizonte que falta del todo, que falta en el todo, y que por ese mismo hecho induce ya cierta feminización en cada uno de los integrantes de la familia. Parece, en efecto, una viñeta para la familia contemporánea.
El problema no es que no haya ningún horizonte dibujado, —aunque el sujeto tenga hoy todas las razones para entonar esta queja—,  el problema es que entonces cualquier cosa puede venir a dibujarse en su lugar, cualquier cosa que haga apariencia, semblante, como aquel objeto elevado a su función de goce en el cénit social. Allí donde falta la línea virtual del horizonte del Nombre del Padre, en cualquiera de los puntos que éste ha dejado sin perspectiva, puede encontrarse el punto único y cenital del objeto del goce informe.
El problema es así que la ficción del horizonte se hace tan singular para cada sujeto como las condiciones del objeto de su propio fantasma, sin necesidad de compartirlo en otro espacio que no sea el espacio virtual. A cada uno su objeto de goce en el lugar del horizonte que falta. Y es en este espacio, precisamente, donde la ciencia de nuestro tiempo hace proliferar toda la serie de objetos que hoy se dibujan en el lugar del horizonte que no existe, ese horizonte que Lacan también definió en su momento como “el horizonte deshabitado del ser”[2]
¿Dónde atrapar mejor ese “horizonte de la mujer” que no existe y al que nos empujaría el discurso de la ciencia sino en la propia ficción, incluso en la ciencia ficción? A partir de este punto, podemos obviar muy bien la coma que en nuestro título separa la ciencia de la ficción y leer: “Ciencia Ficción y feminización”. Y no estará de más recordar aquí que el principio del género de la Ciencia Ficción se debe precisamente a la pluma de una mujer, Mary Shelley, que a principios del siglo XIX construye ese ser ficticio, sin nombre, que con el apellido de su creador Frankestein viene a hacer revivir el cuerpo fragmentado por la ciencia en otros tantos objetos a.

Fue también en una notable ficción, la de la famosa “carta robada” de Edgar Allan Poe, donde Lacan fue a pescar por primera vez este efecto de feminización sobre el sujeto, efecto inherente a la posesión de la carta-letra robada en sus recorridos más sorprendentes. Vale la pena evocar la estructura que se repite en las dos escenas del cuento tal como Lacan la analizó. En el lugar del Rey que no ve nada, encontramos después a la Policía que con su ciencia métrica impecable no acierta a localizar la carta robada en el registro de lo real. La busca allí con la misma excusa de aquel hombre que había perdido su llave y la buscaba debajo del farol porque allí, decía, había más luz. Es, en efecto, el lugar en el que las actuales tecnociencias buscan reducir al sujeto de nuestro tiempo al objeto-gen o a la neurona. En el lugar de la Reina que ve que el Rey no ve nada, encontramos después al Ministro que se feminiza tanto como el sujeto de nuestro tiempo a base de esconder la cabeza bajo la arena. Finalmente, hay el tercer lugar que ocupaba primero el propio Ministro, viendo que ninguno de los otros dos veía nada, y que después ocupará el detective Dupin, que Lacan igualará en su perspicacia al psicoanalista. Los dos, Ministro y Dupin, comparten un rasgo femenino, inherente como hemos dicho al propio efecto de la letra-carta, pero con dos operaciones totalmente diferentes.
La ciencia de hoy, promovida por el propio Ministro, nos promete una carta, un mapa completo de lo real, —especialmente en lo que se denomina mapping cerebral—, hasta el punto de que no distinguiríamos ya lo real de lo simbólico, el territorio de su mapa, hasta el punto de que lo simbólico se convertiría en lo real. El único territorio posible sería entonces el propio mapa, a escala real por decirlo así. El sentido de las palabras estaría en y sería finalmente el soporte neuronal. No es solo entonces que lo simbólico cambie, es que en una suerte de operación de enroque de los registros, lo simbólico se convierte en lo real mismo. A fuerza de que todo lo real sea simbolizable, es lo simbólico mismo lo que se convierte en lo real. Pero en esta operación se excluye por completo la posibilidad de encontrar esa carta robada que, “como un inmenso cuerpo de mujer” —escribe Lacan— “se ostenta en el espacio del gabinete del Ministro cuando entra Dupin”[3]. Lo que la ciencia ignora así es que el verdadero amo, el que funda cualquier certeza, no es la observación empírica de la realidad, ni su medición cuantificable, no es el Rey ni la Policía, sino que sigue siendo desde siempre el lenguaje, la lengua como aquella que organiza el único espacio en el que cabe localizar un horizonte virtual.
Para concluir: ¿Qué operación le queda reservada al Dupin psicoanalista? También marcado por un rasgo de feminización que Lacan no dejó de atribuirle, el psicoanalista sabe que, en realidad, La ciencia no existe, no existe más que en el horizonte de La mujer cuando se trata de intentar escribir la relación sexual. Y es en lo real que no cesa de no escribirse en ese horizonte de La mujer donde el psicoanálisis tiene todas las posibilidades de seguir existiendo.


*Intervención en la Sala Plenaria sobre el tema "El horizonte contemporáneo de la femineidad" del VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Buenos Aires, 25 de Abril  de 2012.




[1] Jacques Lacan, Le Séminaire, livre XVII, “L’envers de la psychanalyse”, du Seuil, Paris 1991, p. 187.
[2] Jacques Lacan, Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 621.
[3] Jacques Lacan, Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 29.

1 comentari:

Vicent Llémena i Jambet ha dit...

La pregunta histèrica Què vol la mare? la va trencar la cultura clàssica grega amb la mort de Sòcrates i l'aparició de la filosofia, una eixida a allò de que parlem, allò real i a la possible entrada en el món simbòlic, anys més tard va ser Crist, i l'entrada en el Cristianisme després de la desfeta de l'Occident romà. Cal mirar una miqueta la Història per a veure que som hereus d'aquell any 1 de la nostra era i la concepció escatològica de la Història que arriba a la cimera en tots els aspectes amb la mort de Déu de Nietzsche (no consumada per ell metafòricament, clar, sinó que ell va arreplegar tot un sentir de l'inconscient col·lectiu i el va posar amb la seua persona a la seua obra) hui a les acaballes del discurs capitalista ja autofagocitat, cal buscar solucions? eixa és la pregunta, cal la praxis marxista? o la possible praxis psicoanalítica amb la seua ètica, o no ens plantegem solucions sinó interpretacions? la realitat és que una possible eixida no és una involució històrica en una tornada a un Pare ja obsolet, o que llevaria, com a la seua època la llibertat s'encarregà de suavitzar, pense que en el camí cap a l'anihilament del Pare és on rau la Història, ni pensar en una acceptació tipus Jorge Alemán d'un final de la Història sinó que amb la política i l'economia i totes les facetes de la cultura crear altres o altre Pare simbòlic, noves vies simbòliques que puguen ser-nos d'utilitat, jo en economia pense en el "decreixement", prenent una ètica de l'individu, cada home un discurs, tants com persones interessades o capricioses en ell.
Tot sabent que cal que (marxistament parlant)hi haja de tot a la Història, des del revolucionari fins al butaner, passant pel poeta o el paleta.

La feminització de la Història i de l'individu la he viscut amb un pare biològic que va nàixer als anys 12 del segle passat i per tant em va fruir en ple canvi de la dictadura franquista a la democràcia, jo he sentit inconscientment eixe forat de perspectiva que sentia el pare del dibuixant del diari el País. Potser jo he saltat una generació a l'igual que molts dels fills actuals degut a la febre del gaudi que fa confondre allò real amb allò simbòlic, i és la ciència qui ho fa. Ens vindrà un altre Sòcrates o un altre salvador pel costat contrari tipus Hitler o Stalin?
Ja ho veurem, el que espere és una presa de consciència no política que també, sinó de la política i de la cultura en el jovent que puga crear una esquerra humanista i influent.

Bé el deixe per hui senyor Bassols, com li està anant la primavera? per ací per València fa molta calor i la passem amb les EROs aguaitant-nos, en fi, ja veurem.

Una abraçada

Vicent